martes, 18 de febrero de 2025

Mi historia con Dios

 





Mi Relación con Dios: Una Historia de Vida


Desde pequeña, crecí en un hogar donde la religión no tenía un papel central, pero la fe y la oración siempre estuvieron presentes. Mis padres no me enseñaron a seguir una doctrina específica ni a asistir a una iglesia en particular, pero sí me inculcaron la importancia de creer en Dios y mantener una comunicación con Él a través de la oración. Para ellos, la espiritualidad era algo personal, una conexión directa que no dependía de templos ni de rituales establecidos.


A pesar de que en casa la religión no era un tema predominante, mi educación escolar sí estuvo marcada por instituciones cristianas. Estudié en dos colegios donde la fe era parte fundamental de la enseñanza, y aunque aprendí sobre la Biblia, las doctrinas cristianas y los valores religiosos, nunca logré sentirme completamente identificada con una iglesia en particular. En varias ocasiones intenté asistir a diferentes congregaciones, pero cada vez que lo hacía, me sentía fuera de lugar. No encontraba en los predicadores la conexión que esperaba ni lograba sentir que pertenecía a un espacio de culto. Por esa razón, nunca tuve una iglesia fija; siempre variaba y terminaba alejándome.


A lo largo de mi infancia y adolescencia, mi mejor amiga fue una persona clave en mi acercamiento a la religión. Ella era profundamente creyente y su fe era inquebrantable. Siempre me animaba a asistir a la iglesia con ella, me hablaba sobre Dios con un entusiasmo contagioso y procuraba que mi relación con la espiritualidad se fortaleciera. Sin embargo, a los 12 años, mi vida cambió de manera abrupta y dolorosa: mi amiga y toda su familia fallecieron en un accidente automovilístico. La noticia me devastó. No podía comprender cómo alguien tan lleno de fe y amor por Dios podía sufrir un destino tan trágico.


Este evento marcó un antes y un después en mi relación con la religión. Me alejé por completo de Dios, aunque seguía estudiando en un colegio cristiano. Las oraciones en clase, los devocionales y las enseñanzas bíblicas comenzaron a sentirse vacías para mí. Sentía enojo, tristeza y confusión. No encontraba sentido en la fe si, al final, el destino era tan cruel e injusto. Durante años, mantuve una distancia emocional con la idea de Dios y la religión en general.


Sin embargo, todo cambió en la pandemia. En aquel tiempo de incertidumbre y miedo, mi padre contrajo COVID-19 y su estado de salud se agravó. Fueron días de angustia, de noches sin dormir, de incertidumbre absoluta. En mi desesperación, volví a hacer algo que había dejado de lado hacía mucho tiempo: orar. No fue una oración estructurada ni siguiendo un patrón específico, sino una súplica genuina, un desahogo desde lo más profundo de mi ser. Pedí a Dios que lo sanara, que me diera fuerzas, que no permitiera que lo perdiera.


A partir de ese momento, algo cambió dentro de mí. Sentí que mi relación con Dios no tenía que estar mediada por una iglesia, un pastor o un grupo de creyentes. Comprendí que mi fe podía ser algo personal, algo que naciera de mi propio corazón y que no necesitaba de una estructura formal para ser válida. Desde entonces, mi relación con Dios ha sido directa y sincera. Sigo sin sentirme cómoda en una iglesia, pero mi fe ya no depende de encontrar un lugar físico donde congregarme. Ahora sé que Dios está presente en mi vida de una manera más auténtica y personal.



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